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En el centro comercial, 5 PM, Domingo

Martin y Ana se encuentran, ella dice.

– ¿Cuando fue la ultima vez que te vi?
– No se
– Hace mucho no hablamos, ¿verdad?
– No se, no tanto.
– ¿Y bueno, que hay de tu vida?
– Lo mismo, sornero…
– Já, ¿siempre de pocas palabras, no?
– Si, no sé.
– Ya me acuerdo
– ¿De que te acuerdas?
– Que una vez creí que la güevonada era interesante.

Cuento breve o amor corto

Como si no fueran suficientes los meses que por mi cabeza has rondado, el cursor de mi equipo computarizado se queda parado sobre tu pequeño ‘avatar’ en la barra de chat y el recuadro de tu foto recuerda el pobre enamoramiento que se queda preso ante la poca voluntad que has tenido de liberarlo. Yo, como tu y mis hermanos, algún día preferiré la estabilidad. Por ahora puedo atormentarme sin pausa, sin voluntad de resistir en el dedo el clic que abrirá tu imagen, mi tormento.

Jesús con Esperanza

El presente cuento y la imagen fueron propuesta de un binomio de relato corto e imagen, para el primer concurso de Narrativa/fotografía de la biblioteca de la Universidad Eafit

                                                 Por: Andrés Palacio Villa

Jesús no había sido un muchacho brillante. Desde cuando tenía  seis años de edad, los médicos decían que padecía problemas siquiátricos o cognoscitivos; que “normal no era, en todo caso” y que era mejor no hacerse esperanzas con el futuro del muchacho. A los 15 años era prácticamente otro sirviente en la ostentosa hacienda de la familia, una finca que quedaba en las tierras donde nació un hombre grande con nombre de pequeño que después empezó a ser el santo de los paisas; ante los abusos familiares, Jesús decidió huir de la casa.

Llegó a Medellín y encontró un empleo;  el futuro parecía sonreírle, vivía suficientemente feliz haciendo mandados en el centro de la ciudad,  llevando y trayendo cosas, especialmente en la estación del Ferrocarril,  foco de desarrollo citadino. Trabajó toda la juventud para sobrevivir con lo justo: una pieza para dormir y un pan con chocolate para comer durante el día.

Había heredado de “Él” su nombre pero era radicalmente diferente y a la vez singularmente parecida la historia de este muchacho a la de cierto mesías cristiano bajo cuyo manto lo habían formado: austero y humilde de corazón pero escaso de brillo y lucidez; educado para la docilidad, no como el rebelde Jesús que partió la historia en dos. Complicaciones en el parto, supusieron, fue lo que dejó al muchacho “medio retardado”;  sin embargo, para algo Dios había querido que naciera; cuando se “voló” de la casa, la familia supo que ese algo no estaba en esas tierras, nunca lo buscaron siquiera.

Esperanza fue la hija más querida de una familia también adinerada, residente en  un pueblo en el que nació un loco brillante que fundó una cosa extraña: el “nadaísmo”. Estudió en el mejor colegio de la región y tuvo una infancia prodigiosa. No era un mujer bonita pero “charlaba” con el muchacho más “bien parecido” del pueblo; vino a la ciudad a estudiar y vivir con sus primas y fue ahí cuando la cosa cambió. Su familia, que era de “los liberales”, no se puso muy feliz cuando la muchacha empezó a andar con la corriente intelectual floreciente de la capital de la montaña –“una corriente de perdición”– dijo su madre cuando la muchacha le contaba quién era el padre del hijo guardaba en su vientre: “un gran poeta”, decía ella, –“otro vago más”– decía su papá.  La joven creyó entender en ese momento que la única diferencia entre ser de una familia liberal y ser de una conservadora, era el horario de la misa a la que asistían unos u otros.

Esperanza había comenzado a amar el pequeño bulto que crecía cada día en su vientre, sus ilusiones y los deseos de entregarle todo el amor posible a esa “bolita” indefensa eran más grandes cada vez. Las imágenes recurrentes en las que lo veía crecer hasta que la superaba en tamaño engordaban las ansias. A pesar de todo, la fe de la chica se acabó cuando el pequeño relieve de barriga se desplomó desde su estómago bañándole en rojo las piernas como un rio que se llevaba consigo la conciencia de la muchacha; ella no rió ni lloró, toda su existencia estaba de pie ante un abismo después de aquel suceso, el silencio la invadió por un tiempo; cuando volvió a hablar su cordura ya no estaba en su lengua, por eso se fue a vivir a un hospital mental.

Jesús conoció la Esperanza en aquella casa blanca de las eternas horas de descanso. Él había terminado en ese lugar por motivos que no recordaba.  Algo malo debía haber hecho que hiciera rabiar tanto a Dios como para que lo hubiera enviado a él, su hijo, a vivir en semejante lugar, pensaba.

Un tiempo después, habiéndolo planeado lo suficiente, se fueron de aquel hospital que condenaba a sus habitantes a morir locos; encontraron refugio en un lugar que Esperanza conocía lo suficiente como para saber que allí tendrían lo que a cada uno le gustaba.

Jericó,  un pueblo lleno de iglesias para que Jesús las recorriera rezando y museos que ella adoraba, porque cada pieza, albergaba historias para contar y poesía para declamar. Lo mejor es que regularmente y hasta el día de hoy, llegan visitantes de la “gran ciudad” a quienes ellos con gusto les dan un regalo, un recuerdo: posan para cada cámara que quiera fotografiarlos, siempre de la misma manera: él, con las manos adelante sosteniendo el sombrero; ella, siempre apoyada en  el bastón.  Cualquier espacio en el parque del pueblo les sirve como fondo para perpetuarse en la historia.

FIN

Yo, machista.

Pocas cosas dan tranquilidad como ir a la biblioteca simplemente a escribir algo; asimismo lo hago ahora. Sin embargo la presencia incomoda de una mujer hermosa puede dañarlo todo. Será por ese estigma tan de nuestra cultura que hace pensar que las mujeres lindas no son inteligentes, cosa que bastamente se ha desmentido pero cuya realidad no es capaz de borrar de mi mente el pensamiento de que la mujer que a mi lado está, no debería estar en este sitio. ¡Maldita!, no me deja concentrar. Parece estar estudiando matemáticas o algo así, ha de ser que estudia la psicología masculina porque en su cuaderno sólo veo unos y ceros. ¿O será que… será que estudia economía? Es posible porque ahora que ha dado vuelta a la página y veo muy gráficas parecidas a las que inútilmente trataba de hacerme entender don Jorge: mi profesor de economía en la secundaria; -¿Qué tan grande habrá sido el fracaso de don Jorge con mi educación económica que ahora sólo trato de escribir algo decente?-. En fin, ésta mujer, mi vecina de mesa en la biblioteca, me ha preguntado si tengo un tajalápiz para prestarle -¡ja, a mi que tengo la mitad de esta hoja llena de tachones por la tinta del bolígrafo!- Sin embargo, estudie lo que estudie esta chica, sé que podrá convertirse en una adorable ama de casa, quizás esa no sea su pretensión pero acaba de tornarse en una posibilidad con alta probabilidad de cumplimiento, y eso lo sé porque ahora he comenzado a hablarle con obvias intenciones, intentaré no fallar…

Carácter sexual de un profesor de ciencias exactas

Trasnochando, como siempre le gustaba hacerlo, había logrado descifrar la ecuación que la ocupaba hacía ya quince años, fue ese el momento de su vida en el que más quiso abrazar a alguien pero ni modo, estaba sola; había descubierto los valores adecuados que darían origen a la vacuna más necesaria de los últimos tiempos y no había con quien celebrarlo. Miró de nuevo todo el procedimiento y estuvo segura de que sus cálculos no contenían ningún error. Quiso gritar, patiar, sacudir la cabeza;  pero no, hacerlo sola le parecía tonto y no había ningún concierto de metal cerca. Sabía lo importante que era para el mundo la cura del SIDA, sabía que los amantes de todas partes ahora estarían más felices pero a ella de nada le servía… o quizás sí, podría descubrir los beneficios que trae consigo la fama y de ese modo, después de una intensa y duradera sequía, tendría nuevamente alguien a quien tirarse, ya por supuesto y gracias a ella, sin el temor de convertirse en VIH +.

La profesora Sara tenía fama de ser una gran amargada y el colador de los estudiantes poco juiciosos, ahora le sonaba el celular -¡no faltaba sino esto!- pensó; “Gutiérrez” decía el aviso de la llamada entrante. Resultaba una tortura particular ver ese nombre en la pantalla del teléfono, una llamada de ese señor significaba casi siempre otra queja de algún padre de familia que no estaba de acuerdo en que, aún pagando, su hijo perdiera materias en la universidad; un papá de esos alcahuetones con cierta ínfula de superioridad que brinda la amistad del rector.

Los rasgos de todos los días en la figura de la profe no faltaban hoy, la mujer cabizbaja, delgada, desmaquillada y algo desvencijada aparecía nuevamente ante el marco de la puerta del decano, otra vez dispuesta a que su cabeza rodara.

El decano, don “Gutiérrez”, era un maricón de medio pelo que había llegado a joder a todo el mundo con el pretexto de haber estudiado fuera del país y ser hijo de otro de esos padres alcahuetes que también, con sus influencias, saben cómo joderle la vida a la gente; “hijo de tigre sale pintado” dicen por ahí. El “Gutiérrez” no sabía lo que hacía cuando negó a la profesora la oportunidad de publicar por última vez un libro con el respaldo de la universidad y su editorial. Haciendo gala de su tonta petulancia de sabiondo juvenil, el decano echó de su empleo a esa señora que tantos problemas había dado a la institución con ese achaque tan suyo de no perdonar ni una centésima a la hora de definir las notas de sus alumnos.

Podía no ser la mejor en cuestiones de interacción social, pero la profesora Sarita López sabía a quién recurrir en este caso; conservaba a Gerardo, su amigo de toda la vida que ahora tenía un puesto muy importante en un instituto de investigación científica. En la cafetería del centro, donde de vez en vez se veían para hablar, Gerardo escuchó atentamente la historia y los pormenores del descubrimiento logrado por su amiga y ex-compañera. Cuando ella finalizó su parlamento el hombre inmóvil que la miraba de frente sólo pudo conducirla a su oficina para hacer el papeleo y autorizar la publicación del libro.

Doña Sara López, la primera mujer colombiana en ganar un premio Nobel de Medicina ahora gasta dinero a borbotones en su diversión predilecta: tirarse una, dos o tres veces por noche a los jovencitos inconformes con su mesada; esos,   los hijos de padres alcahuetes, influyentes y tacaños.

Convicciones

Fueron pocas las veces que se encontraron y cuando lo hicieron, si acaso se miraron de reojo.

Desde niño, él  sentía miedo de ella y no pudo encontrar nunca las palabras para decirle que su vida había sido nefasta y que ahora sólo le restaba una cosa: esperar por ella, por la mujer que hacía rato lo trasnochaba y le hacía divagar pensando, «craneando», maquinando maneras de conquistarla. Aún así, con sus ansias y todo, cuando por fin la veía venir, de frente y a la velocidad de la luz, como andaba siempre ella,  su cuerpo temblaba echándole cerrojo a la puerta por donde salía la voz y los ojos no eran siquiera capaces de decir «te necesito».

Él, Pedro, sabía que tarde o temprano -nunca se sabe cuánto tardará- ella lo buscaría para estar con él;  de eso estaba convencido… convencido  con la misma energía que le decía que nadie debía esperar mucho para nada, aún menos para cumplir uno que otro deseo de esos remotos que se cumplen a veces; de esos como los que tenía él en ese momento.

En un intento desesperado por hacerse notar y que ella supiera de su existencia, tan remota pero tan cercana, escribió un par de poemas para mostrarle, un par de poemas para los cuales ella había sido musa y pluma. Una vez que esos versos  se dieron a conocer por sí solos, quizás por accidente o por su calidad, Pedro decidió cortar con su problema;  mandó una carta diciéndole: «como tú no quisiste ayudarme, decidí hacerlo yo solo. Sé que vendrás por mi alma- de algo te ha de servir después de todo-; por el cuerpo no te preocupes que mis amigos me descuelgan, ellos también, tarde o temprano, notaran mi ausencia».

Revueltería El Zacatín

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Dedicado a un par de sitios de vital importancia

Estaba la melodia que en un lenguaje desconocido decía algo como “ayiu di alouni»; fonemas conocidos en combinaciones extrañas que nada traían a su cabeza porque su mundo aun daba vueltas más veloces que las normales y sólo había espacio en la memoria para el recuerdo de una noche bien vivida.

– ¡Que mierda que se acabe esto!-  pensaba Carolina.

Las dos cervezas ingeridas habían causado estragos fisicos pero eran aun más fuertes las consecuencias en su pensamiento y los movimientos que ahora maquinaban su cabeza. Lo pensaba una y otra vez generando con la repetición más rabia en su interior. Llegó el momento en el que no pudo contener más su odio y gritó como nunca lo hubiese hecho por nada ni por nadie:

– ¡Carajo!, si ya no está esa revueltería , ¿ahora donde voy a comprar tomates?.

-¡SSSSSSSHHHHHH!, Carolina no jodás, son las dos de la mañana.

-Mamáaaaaaaa, cerraron El Zacatín no volveré a comer buenos tomates.

– ¿Y que puedo hacer yo?, duermete y no molestes más a ver si se te quita esa borrachera.

Sin regreso

Palabras,  sonrisas, quizá algo de resentimiento; ganas, muchas ganas y después represión, mucha represión. El abrazo necesario no podía salir, había mucha gente. Era mejor apegarse al abrazo frio y sencillo que la soledad y la soltería brindaban por esos días; se necesitaba aceptar ese apretón distante de la amiga constante para convencerse de que volver a esa monotonía que los oprimía no era la mejor salida. Rivalidad, constante pero rivalidad que enamora.  Momentos varios en los que la rivalidad es un juego de seducción. La pelea, la necesidad de dominar, el gusto por hacerlo era lo que los movía, el sentir que en algún momento los hizo estar juntos y que luego les hizo darse cuenta  que,  de reencontrarse en un fenómeno amoroso,  la situación habría de repetirse y esa amistad cómplice que ahora crecía podría echarse a perder para siempre. Bifurcan entonces sus caminos y comprenden que el vuelo “cursi” de las mariposas, una tras de otra, no sería más el juego que jugasen juntos.

¡Ahj ma’ que los tomates no hablan!

tomate cara

Le dice su mamá a Jotica que el tomate que él mantiene en la mesa del comedor le está hablando, le dice que se tome la molestia de tomarlo y hacer algo con él porque esta cansado de no hacer nada.

Jotica le dice a su mamá que el tomate no le dice nada, no le dice que se tome la molestia de tomarlo y hacer algo con él, no le dice nada porque simple y sencillamente «¡los tomates no hablan!».

Ahora que, si el tomate se toma la molestia de abrir la boca y decirle a esa mamá que lo tome y haga algo con él, ha de ser porque está cansado de que nadie lo tome en serio; y sólo Jotica, sin siquiera tomarlo entre sus manos lo mire cada rato y le invente un chisme nuevo cada semana, con la tonta excusa de hacer un blog en internet que a fin de cuentas nadie va a leer.

De pies a cabeza

Estando sentado en una mesa, mirando hacia el suelo,absorto,  ví pasar los zapatos negros que al instante me gustaron, empece a subir la mirada y cuando termine de recorrer su cuerpo, y mis ojos vieron su cara; entendí que a esa mujer, ninguna otra ni ningun zapato le llegarian a los talones, para ese entonces debía yo tener una cara de idiota inigualable que era sólo equiparable a la verguenza de saber que me habian gustado unos zapatos de mujer.